sábado, 18 de julio de 2015

Fragmento tomado de:

Compendio Histórico –
Descubrimiento y colonización de la Nueva Granada.
Coronel Joaquín Acosta.
© Derechos Reservados de Autor 


Primera fundación de Tocaima




Recordemos que la nación de los Panches ocupaba tanto los valles y quiebras como la falda occidental de la cordillera,  desde lo que hoy se llama Villeta, que era la  frontera de los Colimas hasta la sierra de Tibacuy, que los dividía de los Sutagáos. Según el testimonio de los cronistas, en este espacio de menos de treinta leguas de largo y diez de ancho, habitaban más de cincuenta mil indios, y parecían más fieros é indómitos, mientras más áspero era el territorio que ocupaban. Así los más civilizados, y de índole más pacífica, eran los Tocaimas, que vivían en terreno casi llano, a orillas del Pati y del Magdalena: a estos seguían los Anapuimas, los Suitamas, Lachimies, y, últimamente, los Siquimas, que eran los más guerreros. Después venían los Colimas, cuyo centro era la Palma, mucho más feroces que los Panches, y, finalmente, los Musos, que fueron los últimos conquistados, y los que dieron más que hacer a los españoles de todas las tribus que ocupaban como una cintura la falda de la cordillera sobre cuyo lomo extenso, llano y cultivado, habitaba la nación de los Chibchas, la más civilizada de Nueva Granada, y la primera que sujetó permanentemente la cerviz al yugo de la dominación española. (2)

De Lachimí pasaron a Sutaima, que también les dio la paz, luego que se persuadió que no se detendrían en sus tierras, y, últimamente, a las que ocupaba el cacique Guacana, el más poderoso y respetado de los Jefes comarcanos. Convocó éste el Consejo de los Acaymas, que eran los individuos de más autoridad en la tribu, y con su parecer se resolvió a recibir de paz a los castellanos. Vino pues al campo español, adornado de sartales de cuentas de varios colores en brazos, tobillos y sienes, y de fajas de oro, seguido de gran número de sus vasallos, cargados de maíz, frutas, calabazos de miel de abejas, y con semblante jovial y desembarazado abrazó a Vanegas y repartió algunas joyas de oro entre los principales castellanos, que con singular perspicacia acertó a reconocer entre los demás a primera vista. Se le hizo una larga plática sobre los misterios de la religión cristiana, obediencia al Emperador, y sobre la voluntad que tenían los españoles de fundar una ciudad en un terreno llano ameno a orillas del río Patiá que es el mismo Funza que, después de precipitarse por la cascada de Tequendama, corre presuroso a confundir las aguas que le quedan con las del caudaloso Magdalena. Contestó Guacana, respecto de lo primero, que no podía comprender nada, y que se difiriesen las explicaciones para después; a lo segundo que no tenía dificultad en reconocer la superioridad del Emperador, siendo tan grande príncipe como se decía, y que tan poco se opondría a la fundación de la nueva ciudad, y aun ayudaría por su parte a la construcción de las casas, con tal que los otros caciques contribuyesen también con gente; pues no era justo que todo el trabajo se recargase a sus vasallos. Respuesta que miraron los españoles como muy racional, y que aumentó el respeto y consideración que se había granjeado aquel cacique, que tan solicitó se mostraba por sus súbditos.  
A fines de Abril de 1544 se tomó, pues, posesión de aquella tierra a nombre del Emperador Carlos V, y se celebraron las ceremonias acostumbradas en la fundación de las ciudades, poniendo a esta el nombre de Tocaima, eligiendo alcaldes y cabildo y dando prisa a la construcción de la iglesia y casas. A poco tiempo de fundada, se hallaron minas de oro abundantes en sus inmediaciones, a cuyo trabajo se condenaron los indios y se comenzaron a edificar sólidos edificios de teja y conventos, aunque, por la mala elección del sitio, las frecuentes inundaciones los destruyeron; y en 1621 fue preciso trasladarla al lugar en que hoy se encuentra, en terreno más elevado, aunque los edificios actuales no corresponden al lujo de las primeras construcciones. (3)

Invitado Lachimí por una parte y Calandaima, cacique de Anapoima por otra, para que ayudaran a los trabajos del desmonte y construcción de las primeras casas, se denegaron con arrogancia. Auxiliados los españoles entonces de los Tocaimas, que tenían interés en no sufrir solos el peso de los nuevos huéspedes, atacaron estos a los Lachimíes, y, después de un sangriento y obstinado combate, en el que Guacana mostró mucho valor, los Lachimíes fueron obligados a ceder al saber de sus enemigos. Algunos soldados españoles quedaron heridos; pero los Tocaimas se regalaron por muchos días con la carne de los Lachimíes sus vecinos: horrenda costumbre, general en estos Panches, de comerse los unos a los otros. También se sujetaron por la fuerza los Anapuimas. El cacique Conchima, que habitaba los valles que rodean hoy la Mesa de J. Díaz, se presentó voluntariamente; y al de Iqueima, que se resistía, y cuyos estados comenzaban en la ribera izquierda del río Fusagasugá, en donde éste entra al Magdalena, se le dio una sorpresa que lo redujo a la obediencia, con lo cual quedó sujeta a mediados del año de 1544 toda la tierra de los Panches, y remitida al Adelantado la minuta de los indígenas repartidos en encomiendas entre los vecinos de Tocaima, para su aprobación. Esta pacificación, que fue lo único notable que se ejecutó durante el período de Gobierno de Lugo, se debe enteramente al Capitán Vanegas (4) .


(2) Los Chibchas, sin embargo; no eran cobardes ni inconstantes. Hoy mismo, después de trescientos años del régimen más calculado para embrutecer y degradar una raza, hemos visto en el Ejército de Nueva Granada batallones enteros compuesto. Casi exclusivamente de Indígena de raza chibcha dar los más brillantes ejemplos de valor, serenidad, constan­cia y  subordinación, y aun de facilidad para adquirir la disciplina militar. (Regresar a 2)
(3) Refiere el Padre Zamora, y también Piedrahita, que habiendo descubierto los esclavos de un vecino de Tocaima, llamado Juan Díaz Xaramillo, una mina de oro abundantísima, llegó éste á ser uno de los más ricos propietarios del Reino, e hizo traer de España, para la suntuosa casa de mampostería que construyó, pavimentos de losa fina, los más ricos artesonados y otros adornos cuyos despojos sirvieron después para enriquecer varios templos e iglesias, entre ellos el monasterio de la Concepción de gótico. (Regresar a 3)

(4) No ayudó poco a la sujeción de los Panches la falta total de sal de Zipaquirá de que se hallaban privados desde que los castellanos, dueños de la llanura, estorbaban este tráfico. Así el indio de Síquima, que sirvió a Vanegas de intermediario en todas sus negociaciones, sacaba partido de esta circunstancia para persuadirlos que se sometiesen, y siempre se observó que lo primero que tomaban con ansia de entre los regalos que les hacía Vanegas, de preferencia á los cascabeles, abalorios y bonetes colorados eran los pedazos de sal. (Regresar a 4)

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